domingo, 28 de marzo de 2010

UNA ABUELA CHIQUITITA

Había una vez una abuela a la que sus bisnietos llamaban "la abuela chiquitita", pues era realmente pequeñita de estatura. Estaba muy encorvada, siempre vestida de negro. En vez de meter los bajos a la ropa, como hacemos las madres con los pantalones de los hijos, ella iba sacándolos. Parecía que según se iba hacidendo más y más viejita iba recuperando su tamaño de niña.

La abuela chiquitita nació en un pueblo llamado Madrigal de las Altas Torres, en Valladolid. Una procedencia muy humilde, aunque sorprendentemente había tenido allí una maestra que le enseñó a leer y escribir. Todo un lujo en un país poseedor entonces de unos índices de analbabetismo salvajes.

Llegó a Madrid con sus padres y su hermano en un carro con los pocos animales que tuvieran: una cabra, una gallina. Pero ella estaba tan contenta. Desde entonces decía que ella era de Madrid y sólo de Madrid.
Aprendió a coser y fue "modistilla". Una de sus maestras de costura fue de dama de compañía (o como se llamase ese cargo) de una noble señora en el primer y último viaje del Titanic. Pero no sé qué fue de ellas. La abuelita chiquitita se pasaba el pañuelo por los ojos cuando lo contaba. "Pobrecita", decía, refiriéndose a su maestra.

Esta abuelita estuvo sirviendo en casa de unos señores muy pudientes, que le regalaban sombreros -imagino que los que a la señora ya no le hacían falta- en unos estuches muy elegantes. Y cosas así. Luego conoció al que sería su marido, el abuelo. Tuvieron cinco hijos, algunos nacieron justo durante la Guerra y otros en la postguerra.


Uno murió de pura hambre con tres años. Otra, la única niña, al poco de nacer porque estaba muy malita de la tripa y no había medicinas para curarla. No sé qué dolencia tendría, a saber. Pero la abuelita hablaba de nitrato de plata, que era lo que se les ponía a los bebés en el cordón umbilical. Ni idea, estas cosas me resultan un misterio.

Contaba poco de la Guerra. No le sentaba bien hablar de la Guerra. Le dolía el alma al hablar de la Guerra. Sólo decía que escuchar las sirenas y los obuses cayendo era un infierno. Y que un día el abuelo y su cuñado habían encontrado una sartén entre unos escombros con algo pegado y reseco en su fondo. Que la cogieron como si de un tesoro se tratase y luego la pusieron a calentar con agua, y que raspaban y raspaban el requemao y poco menos que fue como si les hubiera tocado la lotería. Qué dolor. Qué hambruna.

El resto de hijos sobrevivieron. La abuela chiquitita contaba que cuando las mujeres daban a luz en el Hospital de Santa Cristina, a las que daban el pecho a sus bebés les traían una botellita de leche una vez al día, todo un lujo y una fiesta, porque quizá era todo lo que podrían llevarse al estómago. Qué duro.

Y que a veces alguien les dejaba ir a recoger un poco de leche y se iban desde la otra punta hasta el pueblo de Fuencarral caminando. Creo que este favor se debía a que el familiar de algún amigo de algún familiar de otro amigo (una red de contactos muy elaborada) había conservado una vaca. Pero no me quedó claro si era porque la tenía bien escondida o si porque el dueño en cuestión tenía un especial derecho a tenerla (todo se lo quitaban para el frente, decía la abuela chiquitita). A saber.

Recién casado y mientras dormía, el hijo mayor de la abuela falleció muy joven. Al poco el abuelo murió de pena por el hijo. Así que quedó viuda y perdió a un hijo en solo cuestión de meses. Le quedaban dos. Y tuvo que bregar mucho, muchísimo, para sacar adelante a los suyos. La abuelita chiquitita era viuda de un rojo y sus hijos eran huérfanos de un rojo. Podían estudiar becados en un colegio del que hablaban maravillas, los Salesianos. Pero tenían que llevar un distintivo en la ropa que les hacía de menos ante otros chicos. Y por eso no les dejaban asistir o participar en algunas cosas que otros sí podían hacer. Esto fue muy doloroso para sus hijos. Pero ella no protestó nunca al recordarlo. Supongo que a pesar de todo era una oportunidad que de otro modo no podrían haber disfrutado.

Al cabo de muchos años pudieron acceder a un piso que ahora llamaríamos "de protección oficial". De esos que bien visible en la fachada mostraban un escudo del yugo y las flechas y una inscripción. Era un piso bajo muy humilde, húmedo y oscuro. Pero eran la bendición y la gloria. La abuelita chiquitita tenía colchones de lana, calentaba la cama antes de dormir con un chisme que era como una cazuela llena de carbón encendido con un mango muy largo de madera. También tenía una cocina de carbón en la que se cocinaba muy despacio y que además servía para caldear un poco la casa. Era todo un ritual encender la cocina con las astillas, papeles de periódico y el carbón, que si ahora se abre el tiro, que si con un hierro hay que retirar las piezas que hacían de fogones...que si vuelve a ponerlas, que si cierra el tiro y ya por fin el perolo a calentar.

La abuela chiquitita pasaba horas y horas allí sentada en la cocina, junto a la ventana que daba a la calle principal, con las persianillas subidas pero los visillos echados y dale que te dale a la máquina de coser. Siempre saludaba a otras señoras y los saludos también tenían su propio ritual:  ¿qué tal está usted?, yo aquí, haciendo un poquito...Me alegro mucho, doña zutanita, dé saludos a la señora menganita cuando vaya en cá fulano...Eso sí, cuando había otras labores que hacer y estar junto a la ventana era imposible, persianillas abajo y visillos a cal y canto. Porque a nadie le importa nuestra vida ni nadie tiene que saber qué hacemos y qué no. Supongo que este excesivo celo de preservar tanto la intimidad del hogar venía de esos años tan horrorosos en que unos denunciaban a otros y andaban al quite para descubrir quién era quién, de qué lado estaba. Qué dolor.

La abuela chiquitita rezaba mucho. Muchísimo. Se conocía eventos y horarios de todas las iglesias de Madrid, todos los santos y advocaciones, ponía velitas a Santa Cristina y era muy devota del Niño del Remedio. Y repetía "Dios no quiera que haya otra guerra". 

Vivió casi 102 años. Los detalles de sus últimos veinte o treinta años me los ahorro porque fueron un espanto de sufrimiento moral. Estaba consumida pero su cuerpo parecía estar hecho de acero inoxidable, como el de tantas personas que han tenido que sobrevivir a tantas calamidades. Perdió a un nieto niño, puñalada mortal, acompañó a otro hijo hasta la ruina de la calle y hata la tumba, puñalada mortal, y soportó callada y rezando el abandono del otro acogida en una residencia de caridad. No pudo conservar ni sus fotos. Quedó sin nada, literalmente.

La última vez que le escuché decir lo de Dios y la guerra fue cuando la masacre del 11-M, creo. Por eso útlimamente me viene tan a menudo al recuerdo su obsesiva letanía y ese exagerado temor que yo juzgaba infundado. "¡Abuela, que estamos en democracia!", "¡abuela, que eso ya no puede pasar!". 

Pienso en qué pensaría ella de tanta historia con la memoria histórica. Qué pensaría ella de remover las fosas y remover los dolores, de reconstruir biografías rotas de uno y otro lado, de jueces y famosos que me importa un carajo si corrieron delante o detrás de los grises. En cualquier caso, la mayoría de ellos no se han chupado días de colas con las cartillas de racionamiento en las manos, no han rascado sartenes ni han parido hijos muertos de hambre.

Las aídos y las pajines no encienden ni el botón de la vitrocerámica, no buscan las ofertas del dos o tres por uno, no compran ropa en los saldos ni tienen puñetera idea de qué significa ver sólo filetes y pescado en los anuncios de la tele. Y estas tías, a las que tal vez yo saque apenas una década, me cuentan a mí, nos cuentan a todos, qué es ser solidario y qué es la igualdad, cómo hay que cambiar el mundo e incluso cómo hay que hacer alianzas con no sé qué civilizaciones. Estas tías me quieren descubrir América vendiéndome incluso nuevos derechos y rollos macabeos sobre qué significa ser mujer.

Lo que habrían dado la abuela chiquitita y sus coetáneos por no vivir una sangría fratricida. Puede que esto que escribo sea un barbarismo demasiado políticamente incorrecto. Pero es que también puede que los numeritos de circo a los que nos tienen tan acostumbrados esta nueva élite burguesa sean demasiado moralmente incorrectos. Bastantes problemas nos plantea de por sí la vida como para enredarnos en ovillos ajenos. Quiero paz para mí y para mis hijos, para mis vecinos y para sus hijos.

Esto me recuerda a un chico antisistema que había en mi clase cuando estudiaba Magisterio. Ahora las cosas han cambiado, en aquel entonces aún las mujeres éramos batallón en ciertas especialidades. Bueno, pues este glorioso compañero no dejaba de interrumpir las clases para apostillar a los profesores "niños y niñas", "alumnos y alumnas"... Un verdadero coñazo. Ya un día se nos acabó la paciencia y le pedimos, primero de buenas maneras, luego a gritos, que dejase de ser tan pelma con la discriminación lingüística de los géneros, que nosotras lo que queríamos era dar clase, aprender y avanzar en las materias. Que le agradecíamos mucho sus buenas intenciones, pero que no nos sentíamos agredidas y que por tanto dejase de "defendernos". Pues no. Él y sus retahílas demagógicas nos tenían hasta los mismísimos.

A mí, que me dejen en paz. Yo ya tengo mi propia memoria histórica y  ahora se trata de escribir la de nuestros hijos. A mí no me ponen las lavadoras ni esas progres ni personajes tan pelmas como ese compañero. No me solucionan la papeleta de dar de comer a cuatro churumbeles ni las lideresas ni los lideresos, ni los miembros ni las miembras.

Abuela chiquitita, tú sí que tenías un par (no como éstas, que sólo se dedican a rajar y rajar con los bolsillos bien llenos). Y gracias a ello, de algún modo, yo estoy aquí. Cuánto tuvisteis que pasar para que nosotros tengamos ahora tantas cosas que nos parecen tan "normales", tanto que nos creemos que son así porque así deben ser, como si nos las mereciésemos. Somos unos sobrados de todo.

6 comentarios:

  1. Realmente esas, esas mujeres si són mujeres con un par, de las que mucha gente se ha olvidado....mil besos abuelita

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  2. Qué bonito Almu, me ha encantado. Ha sido fantástico volver a recordar a la "Abuelita chiquitita"

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  3. Creo Almudena que la abuela chiquitita.... era tu abuela, ¿Verdad?

    Y también me recuerda a la mía, vivieron los mismos años y las mismas circunstancias.

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  4. Esta abuela chiquitita era también mi abuela. Las mentiras que he leído, por casualidad , en este escrito me han hecho daño. Efectivamente tu padre la dejó en la calle , pero ni mi padre ni mi familia la abandonamos en ningún momento.
    Los que íbamos a esa casa tan humilde todos los fines de semana éramos nosotros . Y a la iglesia de Santa Cristina, de Santa Justa y de Santa Rufina y a todas las iglesias del Paseo de Extremadura, la acompañábamos mi hermana y yo.
    La abuela perdió 4 hijos , un marido y un nieto. ¿ sabes dónde están la tumbas de tu abuelo y de tu tío Antonio ? . Nosotros sí.
    Cierto que la abuela acabó en una residencia de Cáritas, donde la metió tu padre. y de donde salió varias veces para venir a mi casa.Mi padre iba a visitarla todas las semanas y tu prima y yo íbamos bastante a menudo. Con la única que hemos coincidido alguna vez en la residencia es con tu madre, ni a ti ni a tus hermanos os hemos visto jamás por allí.
    Mi padre sigue yendo a la residencia a visitar a los amigos de la abuela y todo el mundo le conoce. ¿ te conocen a ti ?.
    Te recuerdo que a la abuela chiquitita la instalaron un marcapasos. Fue mi hermana la que estuvo en el hospital con ella.
    Al entierro de la abuela chiquitita fuimos mis padres , mi hermana y su novio, tu madre y una amiga y yo. Nadie más.
    No me importa que nos desprecies sin motivo , pero no escribas estupideces y mentiras sobre mi abuela.

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    1. Con todos mis respetos, sobre todo a mi abuela, no pienso responder a ningún comentario de esta clase en público. Ni es el lugar ni merece la pena. Gracias.

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  5. hola
    mi niña ha sido siempre una niña con un cartel en la frente que decia mal educada consentida etc.En el colegio no iba bien era despistada su rendimiento escolar no pertenecia a las horas de trabajo que dedicaba en casa a los libros. Yo ,su madre sabia,intuia que algo estaba pasando no podia ser que se repitiera la misma historia que hace 35 años.Y nos pusimos las dos juntas manos a la obra despues de un camino lleno de injusticias muy largo,por cierto y amargo al fin vimos la luz le diagnosticaron tdah con 12 años yo no podia consentir que pasara por lo mismo que yo creciendo creyendo que era tonta insegura y con un nivel de ansiedad muy alto.Actualmente las dos estamos diagnosticada con tdah con metodos terapeuticos y medicacion las cosas han cambiado mucho el cartel de tonta ha desaparecido (jjajaajaja) pero fuera de bromas estamos muy bien las dos saludosss

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